Nacionalismo Internet

La tecnología ha desdibujado las fronteras, desde los aviones a la Internet, desde los paquete económicos de clase turista a los móviles con tarifa plana. A pesar de que los políticos (en cada país) intentan convencernos de la permanencia del concepto tradicional de patria los nuevos medios telemáticos no hacen más que romper este esquema. Vivimos en un mundo en el que es difícil comprender que és local y qué es global.

Antiguamente era fácil saber de qué patria era uno. Patria era aquella (pequeña) parte del mundo que uno recorría en su vida. Generalmente la gente no iba más allá de los 40 kilometros alrededor de su casa, y no conocía otras personas que las que hablaban su propio idioma. Sus dirigentes tenían su misma altura, el mismo color de ojos, comían las mismas cosas y también hablaban su idioma, que no lo leían porque nadie leía y por tanto nadie se enteraba de las cosas de otros países, de otras regiones. El sentido de pertenencia al colectivo se veía fácilmente colmado por todos aquellos que estaban alrededor de uno, se compartían las mismas cosas, la devoción a los mismos santos, las fiestas populares en los mismos días del año, el mismo ritmo de las estaciones. La patria era aquel lugar habitado por la gente con la que uno hablaba de las mismas cosas que a uno le interesaban.

Hace falta dar un salto muy grande para pasar de la situación del anterior párrafo a la actual. Obviaremos el largo, sinuoso y sutil camino que ha conducido tal cambio, pero hay algo que permanece: cada uno habla de las cosas que a uno le interesa. La diferencia, simple pero significativa, es que gracias al teléfono, la televisión y la Internet lo que a cada uno le interesa puede ser distinto de lo que le interesa al vecino. A uno le puede interesar el cine clásico, al vecino de al lado el fútbol brasileño, al de arriba la ecología, al del otro lado la música irlandesa, a su mujer la cosmética y su historia, y a la mujer del de arriba el cotilleo de las estrellas de Hollywood, al hijo adolescente de uno de ellos los juegos de rol con personajes apócrifos de Cthulu, su hermana es ya experta en todas las ediciones de la muñeca Barbie, la vecina que va a su misma clase se ha hecho adepta a la nueva figura de María Magdalena.

Aparentemente, aunque los vecinos del bloque anterior hubieran nacido en el mismo país, educados en la misma lengua y tengan el mismo color de pelo, el interés por temas particulares les puede ir llevando a adoptar ideosincrasias diferentes. A los que les interesa la ecología o la música irlandesa o las muñecas Barbie o los mitos de Cthulu no encuentran a su alrededor nadie con quien hablar de estos temas, ni con los que compartir una visión del mundo o de la vida propia, que poco a poco se va haciendo distinta. Ya no votan los mismos partidos políticos que los otros, ya no ven a su propio país de la misma forma, incluso puede que lleguen a sentir que otras patrias son más interesantes que la "suya".

Poco a poco, y gracias a Internet, todos los vecinos del hipotético bloque mencionado han encontrado gracias a los buscadores otras webs de personas a las que les interesan sus mismos temas. Los han encontrado: unos están en Hong-Kong y otros en Canadá, en Finlandia, incluso uno está una calle más allá (nunca se lo habría imaginado, y eso que de jovencitos fueron al mismo instituto). Y lo bueno del caso es que todos ellos descubren que estas personas de otros países, y otros barrios, piensan lo mismo que ellos no solo del tema que les une, sino incluso a nivel de cine, de cocina, de economía, de política y también de patriotismo. Sí, por fin uno acaba encontrando aquellos que "hablan de lo mismo que a uno le interesa" y que "piensan igual", aquellos con los que le apetece compartir su día a día, conversando a través de foros, chats o messengers.

¿Cuál es nuestra patria ahora? ¿Cómo se expresa el nacionalismo? ¿Quién es mi gente? Hemos pasado de sentir que nuestra patria era aquella gente con la que nos relacionábamos, y que hablaba como nosotros, sentía como nosotros y pensaba como nosotros, a relacionarnos con la gente que habla como nosotros (ni que sea ahora en un idioma distinto), siente como nosotros y piensa como nosotros. Es decir que la situación es la misma con la diferencia de que "mi gente" antes estaba a mi alrededor, y hoy está en todas partes, generalmente dispersa. Antes "los otros" estaban en todas partes, y hoy están a mi alrededor, quizá en mi mismo piso. Antes uno era "de aquí" y hoy somos "de todas partes". Ya llevan los filósofos siglos diciéndonos "que todos somos uno"; puede que sea verdad.

Podemos elegir de qué país comprar la ropa, de qué país ver la televisión, en que país invertir en una casa o en su bolsa, a qué país apoyar en el tenis o de qué país adquirir nuestro móvil, pero no podemos elegir en qué país votar, para eso seguimos siendo "de aquí" y votando "a los nuestros" por más que quizá ya no sabemos quienes son, y puede que ni siquiera a estos representantes les interese "nuestro tema". Algún día el nacionalismo intelectual que propicia Internet puede que adquiera más peso en nuestros corazones que el nacionalismo de facto en el que se basan nuestras sociedades, tan distintas por un lado, tan iguales por otro; de momento seguiremos buscando "a los nuestros" por Internet. Menos mal que a la mayoría les sigue uniendo el fútbol.